Análisis de Journey, la pequeña gran obra maestra de Thatgamecompany

Análisis de Journey, la pequeña gran obra maestra de Thatgamecompany
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Alex CD

Director

Coordinador editorial de VidaExtra. Llevo 20 años escribiendo sobre videojuegos en VidaExtra, desde análisis a noticias y artículos de opinión, además de desempeñar las labores de coordinación editorial del medio. LinkedIN

Un viaje de miles de kilómetros empieza con un pequeño paso.
El viaje perfecto es un círculo. El placer de la ida. El placer de la vuelta.

Journey, el viaje perfecto

Creo que las citas de Lao Tse y Dino Basili con las que he decidido empezar este análisis podrían ser perfectamente dos de las muchas definiciones cortas y sencillas de lo que nos propone Journey. Un juego que no es sólo un juego y que no ofrece más, pero tampoco menos, de lo que su propio nombre nos da a entender: un viaje.

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Uno puede enfrentarse a un viaje de muchas formas, pero voy a simplificarlas en dos: el viaje entendido como medio para llegar de un punto a otro, o bien el viaje entendido como fin, pese a que al final del mismo nos pueda esperar otra meta. Journey, si tuviéramos que colocarlo en alguna de estas dos maneras de entender un viaje, estaría en la segunda.

En el primer caso, cuando el viaje no es más que un mero trámite, una necesidad que no podemos esquivar si queremos llegar a nuestro destino, el trayecto puede ser aburrido. La prisa por llegar allá a donde nos estamos dirigiendo nos impide apreciar los pequeños detalles, las pequeñas alegrías que el viaje ofrece en sí mismo. No vemos lo que hay a nuestro alrededor, tampoco nos interesa demasiado verlo. Nuestra cabeza nos hace repetir una y otra vez cosas como "qué ganas de llegar" o "qué largo se me está haciendo el viaje".

Por otro lado, si consideramos que el viaje es un fin en sí mismo, lo que hacemos es todo lo contrario. Lo que nos espera al final del trayecto se convierte en algo secundario y lo que queremos hacer es disfrutar del placer de viajar, de los paisajes, de los momentos que nos regala el viaje. Somos conscientes de que nuestro destino no se va a mover de su sitio, de que, tarde o temprano, lo alcanzaremos, ¿por qué no disfrutar del paseo?

Viajando en compañía

El que viaja solo, viaja más deprisa.

Rudyard Kipling tenía razón cuando dijo esa frase, pero en Journey no tenemos prisa. No debemos tener prisa. Debemos disfrutar del viaje porque no sabemos lo que nos espera al final. Sólo sabemos que, en el horizonte, a lo lejos, hay una montaña con una extraña luz que llama poderosamente nuestra atención. Sólo sabemos que, por alguna razón, debemos dirigirnos hacia ella. Intuimos que algo bueno nos espera, aunque no estamos seguros.

Journey

No tenemos prisa, así que no nos importa hacer el viaje acompañados, pero no podemos elegir a nuestro acompañante. Sencillamente, durante el transcurso de nuestro viaje y si así lo hemos decidido al dar nuestro primer paso en la arena, otro viajero anónimo se nos unirá. Podremos ayudarnos mutuamente o simplemente seguir a lo nuestro, pero algo nos empuja a disfrutar juntos del viaje. Algo nos dice a gritos que tenemos que ayudarnos el uno al otro. Al fin y al cabo todos nos dirigimos hacia la misma luz.

No podremos comunicarnos verbalmente con nuestro acompañante. Tampoco vía texto. No sabremos quién es. Sólo podremos emitir ciertos sonidos aleatorios. Notas musicales sin relación aparente entre ellas que, en contra de todo pronóstico, consiguen que nos entendamos de alguna forma. Una llamada para advertirnos de algo encontrado, un aviso, una sonrisa. No hace falta darle más pistas a nuestro cerebro, él ya se las apaña para darle el sentido que queramos darle a cada nota musical en cada momento.

Journey, una experiencia distinta

Journey nos ofrece una aventura repleta de plataformas, puzzles y algunas sorpresas que, lógicamente, no voy a desvelar. La intención de estas plataformas y puzzles no es en ningún momento ponernos a prueba. Recordemos que disfrutar del viaje es lo importante, por lo que nuestro cometido principal es avanzar sin prisas, gozando de cada uno de sus puzzles, de cada una de sus plataformas, de cada una de sus sorpresas.

Journey es un juego que pide a gritos ser experimentado, no sólo jugado. No basta con coger el pad entre las manos y ponerse a jugar. Tenemos que formar parte del viaje para que seamos nosotros los que disfrutemos de él junto a los personajes. En este sentido hay que destacar el más que excelente trabajo que Thatgamecompany ha realizado a nivel sonoro. El tratamiento del audio es sencillamente espectacular y sin duda recomiendo jugarlo con unos buenos auriculares. La sensación de soledad, de oscuridad o de estar en un espacio abierto infinito no sólo nos entra por los ojos: todos y cada uno de los sonidos elegidos están en su sitio y sin capaces de meternos de lleno en la pantalla.

A esto hay que sumar la maravillosa banda sonora de Austin Wintory. Pocas piezas como las suyas me han llegado a emocionar tanto, sobre todo cuando van acompañadas de todas esas bellas imágenes que Journey nos lanza en todo momento. Puede parecer un juego gráficamente sencillo, pero sólo es eso, una apariencia.


Journey sólo tiene una pega: su corta duración. Su propuesta es demasiado absorbente como para que dure lo que dura. El juego puede alcanzar la hora de duración si vamos con calma, pero el que se tome el viaje demasiado a la ligera puede llegar a acabarlo antes.

Al finalizarlo suceden dos cosas en nuestra cabeza. Por un lado tenemos el impulso de volver a iniciar otro viaje porque nos ha sabido a poco. A muy poco. Por otro lado, y esto es lo más interesante, Journey logra instalarse en nuestro cerebro y se niega a salir de él durante horas, algo que no todos los juegos son capaces de conseguir.

El viaje es corto, sí, pero casi ningún otro merece la pena ser llevado a cabo más que este.


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